Hay temas de los que no es fácil hablar. No solo porque nos resulten difíciles, o incluso dolorosos, sino porque tampoco encontramos el foro, o los interlocutores, con los que sentirnos cómodos y libres para expresarnos sin condicionantes. Y sucede que cuanto más cercano a lo esencial es lo que desearíamos compartir, más complejo resulta encontrar ese espacio de libertad. A medida que profundizamos y nos alejamos de la superficie, el volumen de personas dispuestas a descender también hacia la interioridad va disminuyendo rápidamente, hasta experimentar una desagradable sensación de soledad. Uno puede llegar a preguntarse: ¿hay alguien más?
Por ello, cuando topamos con oasis en los que nos encontramos con personas que se plantean preguntas parecidas o llevan procesos de crecimiento personal que tienen elementos en común con el nuestro, de forma mágica y hasta cierto punto sorprendente se sueltan los frenos y la palabra fluye, sin el temor de ser rechazada o incomprendida, al tiempo que la escucha aguza el oído pues sabe que va a acoger fragmentos de alma de otros seres humanos que se asoman tímidamente, a veces por primera vez. Y surge el agradecimiento.
Espacios que son un tesoro

Los cursos y actividades formativas que se llevan a cabo en directo, tanto si son presenciales como si son online, no solo pueden ser valiosos por los contenidos y exposiciones, sino por lo que aportan los participantes, y por ese espacio que se genera, que ya de por sí es precioso.
Todo aquello que tiene que ver con el sufrimiento humano, con la vida y la muerte, con la enfermedad, con la espiritualidad, incluso con el cuidado de la salud desde esa visión integral que no se limita al cuidado de lo externo y visible sino a todas las dimensiones que configuran a las personas (lo que conlleva mayor profundidad), suele dar lugar a este tipo de sentimientos que conmueven, impactan, y empujan a reflexiones que nos impulsan a crecer. Esa es una experiencia habitual en los cursos en los que participo, porque son esos los temas que abordo. Y sé que para quienes asisten, tan o más importante que lo que escuchan del docente es lo que se escuchan de sí mismos y de quienes comparten itinerario. Cuanto más escaso es un bien, mayor valor adquiere. Y esa comunicación tan especial que se establece pertenece a los bienes escasos si contemplamos el panorama social global, aunque no lo son tanto si sabemos a dónde mirar.
Cuando el misterio entra en juego
Pero cuando entramos en temas que se sumergen en el ámbito del misterio, como ha sucedido con el curso El misterio de la conciencia; el más allá en nuestra vida, la vivencia toma otra dimensión. Si ya es difícil poder hablar del sufrimiento, o de la enfermedad, o de la posibilidad de morir, sin ser rechazado o sin incomodar a los presentes, todavía lo es mucho más plantear experiencias que escapan a la racionalidad, tanto si las hemos vivido en primera persona como si hemos asistido a testimonios cercanos que tienen toda nuestra credibilidad. Por ello cuando surge ese espacio que acoge desde el respeto y la naturalidad todo aquello que se quiera compartir al respecto, la satisfacción y el agradecimiento suben enteros. Y eso es lo que ha ocurrido tanto en las dos ediciones presenciales como en la edición online del mencionado curso.

Los fenómenos vinculados al proceso del morir o a situaciones límite, incluidas las ECM, no son infrecuentes ni excepcionales, tal como explicaba en el post ¿Qué hacemos con las ECM? Y, sin embargo, las personas que han experimentado o han contemplado alguno de estos fenómenos, o simplemente se hacen preguntas o se cuestionan sus propias creencias al respecto, no sienten para nada la libertad de poderlo expresar, por el temor al rechazo, a no ser comprendidas, o a no saber cómo explicarlo. Y eso hace que en no pocas ocasiones la vivencia quede encerrada en el fondo del alma o en el armario de los recuerdos, hasta que un día sienten que allí sí lo pueden explicar. ¿Y qué mejor recompensa que eso ocurra en espacios como mis cursos?
Hace tiempo que comprendí, en los años que llevo dedicados a la docencia, que asistir a un curso o a unas sesiones de formación no es una mera actividad académica para aumentar conocimientos y habilidades, sino que es una experiencia vital que va mucho más allá y que puede dejar una impronta personal con repercusiones sorprendentes. Es entonces cuando uno se da cuenta de que lo verdaderamente importante como “profesor” es ser y sentirse instrumento para que suceda lo que tenga que suceder, y ser capaz de asombrarse con eso que sucede. Por eso me gusta la docencia y agradezco que la vida me haya llevado hacia ahí.





